Un momento chocante

A la salida, una tarde de diciembre, había quedado con Pilar, compañera de trabajo en la famosa calle Velázquez de Madrid. A veces nos volvemos juntas, aunque desde que cambié de casa eso ya raramente ocurre. Cuando la vi llegar, iba acompañada de otra mujer. Era, más o menos, de la edad de mi madre. Llevaba un maquillaje que resaltaba sus ojos, labios y textura de la piel. Era habladora y, a cada palabra, sonreía con facilidad. Pero el encuentro me chocó. Esa señora, que también trabaja en mi empresa y no conocía, me preguntó la edad nada más verme.

- “Veintisiete”, le contesté.
- “Como mi hija”, y tras una pausa -siguió- “qué pena”.
- A lo que yo, cogiéndolo con ironía, repliqué: “¿Qué pena, por qué?”, queriendo decir que “estamos en lo mejor de la vida”.
- “Qué pena porque se murió hace dos años en un accidente de tráfico, y ahora tendría veintisiete”. Siguió hablando de ella, de su físico y su carácter. A veces, por su forma de utilizar las palabras y los tiempos verbales, daba la sensación de que aún vivía.

Cuando se fue, Pilar y yo comentamos brevemente la conversación con ella. No era de extrañar que a Pilar, pese a conocer su historia y que aquella era su única hija, también le hubiera sorprendido, y mucho, ese tono natural, lánguido, alegre y locuaz con el que nuestra compañera fuera capaz de expresar tanta desgracia.


El capítulo "Los muertos" del libro Dublineses, de James Joyce, -también en película-, invita a una reflexión del peso que tienen sobre los vivos los que ya no están.

1 comentario:

Patricia dijo...

A mi també m'encanta Joyce... I si et pares a pensar-ho... som afortunats per fer anys, encara que a alguns/es vulguin congelar el temps xxx